jueves, 29 de enero de 2015

Historias de la Argentina

¿Conocés la historia del primer astronauta argentino, llamado el argenauta? ¿O cómo durante la corte de Isabelita I de Perón los argentinos descubrieron Europia? Después de multitud de visitas a ese continente austral, todos ellos a través de esa gran agencia de viajes que es internet, me decidí a escribir un libro con las historias recopiladas en ese gran país, poblado por una gente maravillosa que como podréis comprobar, tiene mucho que contar.

Por otra parte, físicamente, lo que se dice físicamente... jamás he estado en ese gran país, ni he conocido ningún argentino, por lo que exhorto al gobierno argentino a que ponga remedio a este problema, organizándome una gira por la nación para recopilar nuevas historias con las que escribir un nuevo libro.

Comentaros que he creado un género nuevo, que he pasado a denominar Hiperrealismo Socio-Territorial, o utilizando sus siglas, hipster. 

Y sin más, pinchando aquí podéis leer los tres primeros capítulos del compendio en cuestión.

Y si queréis adquirirlo... seguid el enlace

Como sabéis, mantengo vivos dos blogs. El primero, Desde mi espacio, donde me cabreo con el mundo que me rodea, y el segundo, Relatocuentos, sobre relatos cortos.

Historias de la Argentina

La increíble historia de Víctor Souza Martínez
Argentina bullía en aquel mes de mayo de 1982. El país se encontraba conmocionado por la guerra de las Malvinas, mezclándose el sentimiento patriótico con la indignación popular debido al hundimiento del crucero General Belgrano por un submarino nuclear inglés, lo que había causado decenas de muertes. La gente clamaba contra aquellos generales que en un arriesgado salto hacia el abismo, habían decidido que la supervivencia del régimen militar pasaba por derrotar a las tropas de la Pérfida Albión.
Pero aquella tarde en Buenos Aires, los ánimos estaban caldeados, pero por otras circunstancias. Jugaba el River Plate contra el Boca Junior, en un enfrentamiento local de alto voltaje. El River jugaba en casa y perdía 0-1 cuando dio comienzo la asombrosa aventura de Víctor Souza Martínez, una increíble historia que traspasó fronteras.
El por aquel entonces entrenador del River, el Sabio Bonaerense, Don Gregorio Mínguez López, el gran Goyito, ordenó calentar al joven delantero de 19 años en la banda, realizando cortas carreras, mientras la afición abroncaba al equipo local por no ser capaz de dar la vuelta al marcador. Pero una bala perdida de la lejana en el espacio pero presente en la afición guerra de las Malvinas le alcanzó en plena carrera, incrustándosele de lleno en el corazón, causándole la muerte en el acto.
Simultáneamente el equipo consiguió empatar en el último minuto del partido. Y con la afición rugiendo puesta en pie, nadie se dio cuenta de la situación de Víctor, que seguía corriendo por la banda por inercia, pero ya muerto con el corazón destrozado.
El arbitro dio por finalizado el partido en aquella jugada, sin dejar siquiera sacar de medio campo al equipo rival, y los seguidores locales invadieron el césped, a abrazar a sus jugadores, sin percatarse de la presencia de Víctor, que seguía ya muerto corriendo por la banda. El equipo se retiró a los vestuarios, a las duchas, y el entrenador les dio varios días de descanso.
Y fue a la vuelta del asueto decretado por el mister, al llegar al estadio los primeros jugadores, cuando descubrieron a Víctor corriendo por la banda, calentando. Supusieron que había llegado antes, pero uno de los encargados de la limpieza les informó de que Víctor llevaba desde el partido contra el Boca corriendo sin parar.
El entrenador intentó hablar con Víctor, pero era imposible, no respondía, y no paraba de correr. ¿Cómo va a responder un muerto? Los médicos del equipo intentaron tomarle el pulso para certificar su muerte, pero en aquellas circunstancias era imposible, no podían correr con el fonendoscopio detrás de Víctor y auscultarle correctamente.
Fue entonces cuando el genial doctor Teodoro Sánchez Millán, hijo de otro ilustre bonaerense, el famoso ginecólogo menstrual Don Pedro Sánchez Jovellanos, tuvo una brillante idea. Ordenó sacar de la sala de musculación del gimnasio del estadio una cinta de correr y la puso sobre el césped del campo de fútbol, y entre varios compañeros alcanzaron y auparon al malogrado futbolista a la máquina, donde siguió con su eterna carrera de calentamiento, pero permitiendo que los galenos del equipo lo examinaran.
Se logró así certificar su muerte, pero cuando se intentó avisar a sus familiares para entregarles el cadáver, se descubrió que se había criado en un orfanato capitalino. Fue entonces cuando se inició un largo proceso para determinar de quién era propiedad aquel finado que no paraba de correr.
Mientras la jueza Doña Rosario del Alba García Ochandiano dirimía en los juzgados bonaerenses la titularidad del fallecido, se decidió que fuera el club al que pertenecía, por la ficha deportiva presentada, al menos provisionalmente, quien se hiciera cargo del cuerpo de Víctor.
Y durante los meses que duró aquel invierno austral, mantuvieron a Víctor corriendo en la cinta del gimnasio del club porteño. El entrenador a veces lo hacía sacar al campo, por su condición de correbandas incansable, en los entrenamientos del club, para que marcara el paso al resto de sus compañeros.
Pero con la llegada de los primeros calores, el proceso de descomposición del cuerpo empezó a acelerarse. El problema se agravó cuando el ilustre cuerpo de encargados de limpieza del estadio deportivo declaró una huelga indefinida, aduciendo estar realmente hartos de encontrarse restos de Víctor por el gimnasio o por el interior del terreno de juego.
A pesar de que el proceso que dirigía la jueza Doña Rosario del Alba apenas había alcanzado los 700 folios de grosor, los antecedentes no más, se decidió atacar por las bravas el problema y enterrarlo en el cementerio norte de la ciudad. La propuesta del presidente del club, el loado empresario de la construcción Don Gilberto Lombardi Salvatore era de lo más cabal.
Se enterraría al finado y se le pondría una lápida pagada por el club, pero se haría todo en un prefabricado de hormigón de manera que si al final la jueza decidía que la titularidad del cadáver pertenecía al orfanato o aparecía un familiar, se pudiera trasladar el nicho entero en un camión a donde se estableciera su lugar de descanso eterno definitivo, eso sí, si el fallecido se decidía por fin a descansar, ya que su obsesión por seguir calentando lo mantenía en eterno movimiento.
Costó mucho meterlo en la caja, ya que saltaba de ella continuamente, driblando a los trabajadores del tanatorio. Tuvo que encargarse de ello la delantera al completo del Boca Junior. Se optó por clavar la tapa y acolchar el interior del ataúd para evitar que el cuerpo se deshiciera prematuramente por culpa de los golpes. Tanta fue la expectación que levantó en la capital del Río de la Plata que hubo que exhibir el féretro durante 3 días en el estadio, durante los cuales miles de curiosos y aficionados balompédicos rindieron sentido homenaje al futbolista Víctor Souza Martínez, que perdió su vida pero no así su pasión por el rey de los deportes.
Años después, con el advenimiento de las nuevas tecnologías de la información, la crónica de nuestro héroe fue traducida a varios idiomas, entre ellos el inglés, y se publicó un amplio, extenso e increíblemente exacto relato de los hechos acaecidos años antes, durante la época de la guerra de las Malvinas en la lejana Argentina, por el prestigioso diario The Guardian, y la historia llegó a oídos de un veterano de aquella guerra, el que fue soldado William Johnson Smith o Willi, como le conocían en la trinchera.
Aquel militar había sido acusado después del conflicto de negligencia medioambiental por haber perdido una bala en aquella contienda. El Department for Environment, Food and Rural Affairs había realizado un completo trabajo de recuperación paisajística en el amplio campo de batalla, recogiendo todos y cada uno de los casquillos y balas disparadas, pero el expediente no se pudo cerrar ya que faltaba un proyectil. Y el montante monetario de décadas de mantener abierto un sumario en el meticuloso gobierno inglés era enorme.
Y fue entonces, en el año 2004, 22 años después de que muriera nuestro glorioso futbolista, cuando aquel soldado pudo justificar donde estaba su bala perdida. Apuntó la posibilidad de que fuera la que había matado al malogrado delantero. Por fin se podría dar carpetazo al doloso para las arcas públicas británicas procedimiento medioambiental malvino.
Se movilizó el Foreing Office y tras una ofensiva diplomática para la recuperación de la bala, se toparon con un escollo infranqueable. La jueza Rosario del Alba había llegado a la mitad de la instrucción, que cuantificaba el folio 175.345. La investigación sobre la titularidad del cadáver tomaba un giro inesperado, por lo que la jueza ordenó iniciar la nueva línea de investigación, lo cual atrasaría la resolución del proceso en al menos otros 20 años.
Sin embargo, un equipo del MI5 consiguió colar a uno de sus agentes con licencia para matar en el cementerio donde descansaban provisionalmente los restos del deportista y mediante una minúscula cámara de Rayos X determinaron con un mínimo margen de error que la bala que permanecía en el momificado corazón de Víctor era precisamente la disparada por el soldado Willi.
El escándalo producido por la filtración de los detalles de la operación LostShot por parte de los amarillistas tabloides británicos conllevó una crisis mayor aún que la derivada de la invasión de las islas Malvinas el año 82, pero fue precisamente el durante años denostado y degradado soldado Willi quien dio carpetazo al conflicto diplomático visitando en un acto de rendido homenaje la tumba de su víctima colateral, el extremo centro pivote Víctor Souza Martínez.
Y desde entonces, todos los años en el derby local entre el River y el Boca se puede ver corriendo por la banda la silueta del fantasma del entregado jugador, al que un locutor de Radio Buenos Aires, el histriónico Adolfo Bustamante Blanco definió en su día con inspirado acierto como el Espíritu del River.


El conflicto transfronterizo provocado por las compresas con alas
Poca gente sabe que el mayor adelanto para la higiene femenina, las compresas aladas, son un descubrimiento del ilustre doctor argentino Don Pedro Sánchez Jovellanos. Este galeno, doctorado por la Universidad Bonaerense en medicina menstrual, se hizo famoso en la década de los sesenta por sus exitosos experimentos sobre los paños higiénicos.
Poniéndonos en antecedentes, la fémina tradicional argentina se había visto esclavizada por el uso de compresas reutilizables que se veía obligada a lavar durante la semana que duraba su periodo, a veces en condiciones precarias debido a las grandes sequías que azotaban de vez en cuando el continente.
La aparición de la compresa desechable supuso una revolución social como nunca se había visto. La mujer se había liberado, pero este apósito, proveniente de la importación estadounidense, sólo era accesible a las clases más elitistas de la sociedad bonaerense.
Sin embargo, con fuerte ayuda del Ministerio para el Apoyo de la Industria Nacional, la Empresa de Celulosas del Río de la Plata consiguió desarrollar un método de refino de la pasta de papel tal que estableció la fabricación de compresas para la higiene femenina a bajo coste.
Pero no todo eran buenas noticias, ya que debido a que la mayor parte de la producción maderera se dedicaba a la exportación, se procedió a utilizar astilla procedente de los bosques de Bongo Bongo de la rica provincia de Córdoba para la fabricación de celulosa para los apósitos menstruales.
Esta madera tenía una peculiaridad. Cuando entraba en contacto con el flujo femenino, se producía una reacción natural que se traducía en un crecimiento celular incontrolado. Y gracias a este fenómeno, que en su día describió el insigne científico de origen japonés Yonikito Nipongo en su tesis doctoral “Tratado sobre la leñificación menstrual de la compresa de celulosa del Bongo Bongo”, la mencionada pasta de papel utilizada para los apósitos aumentaba su densidad convirtiéndose en madera leñosa de alto poder calorífico.
Era por ello que cuando la mujer argentina tenía la regla, se la podía fácilmente distinguir ya que debido al peso de su compresa su centro de gravedad descendía, de manera que era imposible de tumbar. Así pues, si se las empujaba y caían al suelo, inmediatamente volvían a ponerse de pie.
Este fenómeno, descrito en el ámbito popular como el “Síndrome del Tentetieso” resultaba especialmente molesto a la hora de descansar, ya que las mujeres en la semana menstrual se veían obligadas a dormir de pie por la imposibilidad de tumbarse debido a la compresa.
La empresa fabricante decidió cambiar el tipo de celulosa utilizada para su elaboración, pero desde el gobierno se prohibió el uso de especies alóctonas por un lado, debido a las políticas de limitación de las importaciones que llevaba a cabo el Ministerio para la Promoción Nacional en aquella época acuciado por la deuda externa, como de otras especies arborícolas autóctonas que se destinaban a la exportación.
Así pues, la mujer rioplateña se vio en la disyuntiva de o bien usar paños de tela reutilizables, que se encontraban además gravados por un impuesto especial sobre el uso del agua, o verse obligadas a dormir de pie por el descenso del centro de gravedad provocado por la reacción de la compresa con el flujo menstrual.
Fue entonces cuando el Doctor Pedro Sánchez Jovellanos, harto de dormir destapado al menos una semana al mes por la posición bípeda de su esposa, decidió trabajar en aligerar aquellas compresas y reducir el sufrimiento de la mujer.
Después de varios meses de estudios junto con el Instituto de Aerofísica Estructural del Centro Aeroespacial de Santa Rosa, se desarrolló una nueva tipología de compresas que disponían de dos alas, una a cada lado, con el objetivo de aligerarlas con un rítmico batir.
Uno de los mayores problemas a los que se tuvo que enfrentar fue resolver la resonancia orgásmica que se producía debido a la vibración tan cerca del órgano genital femenino, algo que se resolvió induciendo subliminalmente al cerebro de la usuaria pensamientos carentes de erotismo.
El decidir cuales podrían ser estas imágenes fue objeto de debate durante gran parte del tiempo que duró el proyecto de desarrollo, y al final se resolvió por la inclusión en las cajas de las compresas a comercializar imágenes de hombres en edad madura, con sobrepeso, vistiendo tradicionales calzoncillos blancos y calcetines de ejecutivo. Si esa imagen no conseguía contrarrestar la lívido femenina excitada por la vibración, nada lo lograría.
Por fin estuvieron listos los primeros prototipos, y se publicó en los diarios argentinos un anuncio pidiendo voluntarias para las validaciones necesarias antes de comercializar el producto. Tal fue la expectación creada que a las pruebas de selección se presentaron cerca de 5.000 mujeres, algo muy difícil de gestionar por el funcionario destinado al proceso de clasificación.
El conflicto que apareció para aquella plaza de funcionario, ocupada en aquel entonces por Miguel Armadillo Vasco de Gama, más conocido por “El Boyo”, debido a su más que razonable parecido con las boyas utilizadas para la señalización de los bancos de arena a la salida del Río de la Plata, llegó incluso a los tribunales, al juzgado que ocupaba la por aquel entonces recién llegada jueza Rosario del Alba García Ochandiano, que inició un macroproceso para dilucidar si el funcionario era o no competente para la selección de las aspirantes.
Como aquel procedimiento se previó largo y tortuoso, ya que tan sólo las diligencias previas ocuparon varios tomos de más de 600 páginas cada uno de ellos, el Ministerio del Ejército decidió tomar cartas en el asunto y seleccionar cuatro voluntarias procedentes de la Escuela Técnica de la Marina, que fueron las encargadas de probar, en una remota base militar de la provincia de Mendoza, los desarrollos del doctor Pedro Sánchez Jovellanos.
Para ello y utilizando técnicas de psicología avanzada, se trabajó en sincronizar las menstruaciones de las cuatro infantas de marina. Cuando se consiguió se comenzaron las pruebas de validación de las compresas, que resultaron un éxito completo.
Una de las mujeres, sin explicación plausible, sufría de orgasmos múltiples al accionar las alas, a pesar de mirar fijamente las fotos de advertencia seleccionadas. Todas ellas consiguieron aliviar su compresa de tal manera que se elevaron por los aires varios cientos de metros.
Empujadas por los vientos reinantes, y perdido el control remoto de las compresas desde la base aeroespacial, las cuatro mujeres se alejaron hacia los Andes, cruzando la cordillera y entrando en territorio chileno, enemigo ancestral de Argentina.
Las cuatro infantas volaron hacia Santiago, invadiendo su espacio aéreo. Al no ser detectadas por los radares, cuando aparecieron sobre el cielo de la capital chilena, se desataron todas las alarmas, algo que se acentuó al poder comprobar bajo la visión de potentes prismáticos de que se trataba de cuatro soldados con su uniforme de campaña.
Una de ellas además gritaba como una posesa, debido a la multiorgasmia a la que estaba siendo sometida. Los militares chilenos hicieron despegar varios jets recientemente adquiridos en Estados Unidos para defenderse del ataque, pero la diferencia de velocidad entre los aviones y las infantas era tan patente que se mostraron absolutamente ineficaces para repeler el ataque.
Cuando Chile planteaba repeler la agresión por tierra, mar y aire, llegó un telegrama de disculpa desde Buenos Aires, en el que no sólo se mostraban sus excusas por el incidente fortuito creado, sino que además se reclamaba la repatriación de las cuatro hembras objeto de prueba, a lo que el gobierno chileno, acuciado por el mal tiempo reinante en el Cabo de Hornos, lo que impedía a su marina entrar en el Atlántico, accedió de buena gana.
Desde entonces el sistema de alitas se ha mejorado y en la actualidad se muestra tan equilibrado que apenas se producen casos de sobrevuelos en los Andes, pero conviene acordarse de aquel momento en el que el afamado doctor Don Pedro Sánchez Jovellanos desarrolló las primeras compresas.


El descubrimiento de Europia
El mayor problema que presentaban las relaciones entre Argentina y su vecina Chile era el derivado a las comunicaciones entre ambos países, algo muy complejo debido a la cordillera de los Andes, frecuentemente azotada por fuertes ventiscas que cubrían de nieve los puertos imposibilitando el acceso al tráfico rodado.
El tráfico marítimo tampoco mejoraba ya que el cruzar el Cabo de Hornos, en medio de fuertes tempestades, lo hacía inviable al comercio regular. Por tanto, debido a las inclemencias del tiempo, se producían frecuentes malentendidos que tensaban la diplomacia entre ambos vecinos.
Fue entonces cuando un intrépido marino uruguayo, consciente del problema existente, se acercó a la corte bonaerense, que en aquel tiempo reinaba Isabel I de Perón, a proponer su idea. Aquel hombre respondía al nombre de Cristian José Colombo, y tenía como mote CeJota, más motivado por la existencia de un cerrado entrecejo sobre sus ojos que por la contracción de sus iniciales.
Con un huevo de codorniz en la mano, se explayó ante Isabelita sobre la curvatura esférica de la Tierra, llegando a afirmar que si bien la travesía a través del sur del continente para unir los dos países se antojaba peligrosa, en cambio, viajando hacia el este sería posible viajar con seguridad entre Buenos Aires y cualquier puerto chileno.
La reina quedó embelesada por la clarividente exposición de manera que derivó fondos destinados al túnel que atravesando bajo los glaciares intentaría taladrar Los Andes hacia tamaña empresa, ya que las explicaciones del uruguayo la convencieron por completo.
El viaje se preparó con tres catamaranes gobernados por el propio almirante Colombo y flanqueado por dos intrépidos capitanes, hermanos para más señas, de apellido Punzón, marineros de toda la vida, acostumbrados a bregar con las traicioneras corrientes del Mar de la Plata en sus tradicionales artes de pesca, por lo que no tuvieron miedo en acometer tan arriesgada aventura.
El viaje fue minuciosamente preparado. Se contó con la ayuda del famoso doctor Teodoro Sánchez Millán, que en aquella época justo finalizada su carrera se había integrado en la plantilla del Instituto para la Salud Mental y del Viajero dependiente del Ministerio de Sanidad.
Aquel doctor, junto con el reconocido cocinero de origen vasco, Juan Antonio Echevarría Galzibar, el “Anemias”, prepararon la dieta que deberían llevar en la travesía, basada en la manzana, que como todo el mundo sabe, es la mejor manera de prevenir el escorbuto, el terrible mal del viajero oceánico.
Tartas de manzana, manzanas asadas, manzanas confitadas, cientos de sabrosas recetas basadas en la recomendada fruta, aderezadas con un buen número de botellas de sidra, fueron embarcadas en las bodegas de las tres naves elegidas para la gloria.
El siguiente problema a sortear era el cómo poder escanciar la sidra en la superficie inestable de aquellas naves azotadas por el océano, algo que se solventó sometiendo a una doble fermentación al zumo de manzana, para proporcionarle la burbuja necesaria que evitara el volteado sobre el fino cristal del ancho vaso.
Aunque inicialmente se había determinado la fecha 1 de agosto como la elegida para su salida camino de la gloria, la presidenta peronista había considerado necesario despedirlas como se merecían, con unas palabras en un discurso de homenaje a aquellos valientes, alocución que contando el tiempo destinado a los descansos recomendados por el doctor Teodoro Sánchez Millán para la tripulación, duró dos días.
Y el día 3 de agosto, en pleno invierno austral zarparon las tres pateras rumbo al amanecer con el objetivo de trazar en poco tiempo una ruta factible con Chile. Era una tarde apacible cuando su silueta se perdió en el horizonte, entre los vítores del pueblo hacia los integrantes de aquella gesta y hacia Isabelita y su corte bonaerense.
Cuando dejaron atrás la tierra de la bendita Argentina, adentrándose en el oscuro océano, los temores de los supersticiosos marineros se hicieron realidad. Así pues, a los pocos días, cantos de sirena les intentaron atraer hacia el fondo de aquellas terribles aguas, pero la oportuna reacción del almirante Colombo, transmitiendo a través de la radio interna de las tres naves la canción “No llores por mi Argentina”, interpretada por la mismísima Evita, hizo huir a las malas pécoras marinas a su reino, permitiendo la paz en la travesía.
Más adelante se avistó un calamar gigante que les atacó sin compasión, atrapando una de las naves con sus largos tentáculos. La llamada de socorro a tierra fue contestada por el “Anemias”, que les facilitó una receta de pulpo a la manzana que diversificó la dieta de los marineros.
Por fin, tras poco más de dos meses de travesía, en el horizonte se dibujó la silueta de una montaña, una isla volcánica, a la que arribaron el 12 de octubre. Buscaron una playa en la que desembarcar y allí dirigieron los catamaranes, procediendo el almirante y varios de sus oficiales a tomar tierra.
Una vez en la arena, comprobaron la existencia de bares y garitos turísticos, por lo que supusieron que habían llegado a Valparaíso. Pero había algo que no encajaba. Por una parte, los nativos se mostraban desinhibidos, ellas mostrando sus senos al aire, ellos turisteando con tan sólo una braga náutica.
Dos detalles más levantaron las sospechas del almirante y sus hombres. Aquellos turistas mostraban un tono rojizo tirando para morado por las quemaduras solares, y ninguno hablaba en español, sino que se comunicaban entre ellos en una jerga extraña.
El almirante CeJota llegó a la conclusión de que no habían llegado a Chile, sino que se habían topado por el camino con un nuevo continente, unas tierras pobladas por extraños nativos que conquistarían en nombre de Isabelita para la corona argentina.
Y su segundo de a bordo, Eurípides García decidió darle su nombre a las recién descubiertas tierras, nominándolas como Europia, el nuevo continente.
Se decidieron a capturar a varios de aquellos nativos para llevarlos a Buenos Aires. Eligieron a tres hombres y dos mujeres que en su idioma se pasaron el viaje de vuelta protestando y quejándose. Les protegieron del frío cubriéndolos con ropajes ya que en el momento de su captura tan sólo vestían sus pequeños harapos.
Cuando llegaron a la corte isabelina despertaron gran expectación entre el pueblo y fueron recibidos por todo el séquito peronista. Fueron momentos de gran jolgorio y celebración, ya que Argentina se extendía más allá de sus fronteras, al otro lado del océano. Aquello era la simiente de un gran imperio, de uno en el cual no se pondría jamás el sol.
Pero la presencia del embajador español desbarató todos los sueños de grandeza del país, al reclamar a aquellos nativos para sí, aduciendo que se trataba de turistas alemanes de vacaciones en la Playa de las Américas, en la isla de Tenerife, la mayor de las Canarias, islas ya colonizadas años antes por España.

Aún así, una vez solventado el conflicto diplomático, se reconoció la hazaña del almirante Cristian José Colombo y sus valientes marineros, que cruzaron el océano en busca de una nueva ruta a Chile.
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