La increíble historia de Víctor Souza Martínez
Argentina bullía en aquel mes de mayo de 1982. El
país se encontraba conmocionado por la guerra de las Malvinas, mezclándose el
sentimiento patriótico con la indignación popular debido al hundimiento del
crucero General Belgrano por un submarino nuclear inglés, lo que había causado
decenas de muertes. La gente clamaba contra aquellos generales que en un
arriesgado salto hacia el abismo, habían decidido que la supervivencia del
régimen militar pasaba por derrotar a las tropas de la Pérfida Albión.
Pero
aquella tarde en Buenos Aires, los ánimos estaban caldeados, pero por otras
circunstancias. Jugaba el River Plate contra el Boca Junior, en un
enfrentamiento local de alto voltaje. El River jugaba en casa y perdía 0-1
cuando dio comienzo la asombrosa aventura de Víctor Souza Martínez, una
increíble historia que traspasó fronteras.
El por
aquel entonces entrenador del River, el Sabio Bonaerense, Don Gregorio Mínguez
López, el gran Goyito, ordenó calentar al joven delantero de 19 años en la
banda, realizando cortas carreras, mientras la afición abroncaba al equipo
local por no ser capaz de dar la vuelta al marcador. Pero una bala perdida de
la lejana en el espacio pero presente en la afición guerra de las Malvinas le
alcanzó en plena carrera, incrustándosele de lleno en el corazón, causándole la
muerte en el acto.
Simultáneamente
el equipo consiguió empatar en el último minuto del partido. Y con la afición
rugiendo puesta en pie, nadie se dio cuenta de la situación de Víctor, que
seguía corriendo por la banda por inercia, pero ya muerto con el corazón
destrozado.
El
arbitro dio por finalizado el partido en aquella jugada, sin dejar siquiera
sacar de medio campo al equipo rival, y los seguidores locales invadieron el
césped, a abrazar a sus jugadores, sin percatarse de la presencia de Víctor,
que seguía ya muerto corriendo por la banda. El equipo se retiró a los
vestuarios, a las duchas, y el entrenador les dio varios días de descanso.
Y fue a
la vuelta del asueto decretado por el mister, al llegar al estadio los primeros
jugadores, cuando descubrieron a Víctor corriendo por la banda, calentando.
Supusieron que había llegado antes, pero uno de los encargados de la limpieza
les informó de que Víctor llevaba desde el partido contra el Boca corriendo sin
parar.
El
entrenador intentó hablar con Víctor, pero era imposible, no respondía, y no
paraba de correr. ¿Cómo va a responder un muerto? Los médicos del equipo
intentaron tomarle el pulso para certificar su muerte, pero en aquellas
circunstancias era imposible, no podían correr con el fonendoscopio detrás de
Víctor y auscultarle correctamente.
Fue
entonces cuando el genial doctor Teodoro Sánchez Millán, hijo de otro ilustre
bonaerense, el famoso ginecólogo menstrual Don Pedro Sánchez Jovellanos, tuvo
una brillante idea. Ordenó sacar de la sala de musculación del gimnasio del
estadio una cinta de correr y la puso sobre el césped del campo de fútbol,
y entre varios compañeros alcanzaron y auparon al malogrado futbolista a la
máquina, donde siguió con su eterna carrera de calentamiento, pero permitiendo
que los galenos del equipo lo examinaran.
Se
logró así certificar su muerte, pero cuando se intentó avisar a sus familiares
para entregarles el cadáver, se descubrió que se había criado en un orfanato
capitalino. Fue entonces cuando se inició un largo proceso para determinar de
quién era propiedad aquel finado que no paraba de correr.
Mientras
la jueza Doña Rosario del Alba García Ochandiano dirimía en los juzgados bonaerenses
la titularidad del fallecido, se decidió que fuera el club al que pertenecía,
por la ficha deportiva presentada, al menos provisionalmente, quien se hiciera
cargo del cuerpo de Víctor.
Y
durante los meses que duró aquel invierno austral, mantuvieron a
Víctor corriendo en la cinta del gimnasio del club porteño. El entrenador
a veces lo hacía sacar al campo, por su condición de correbandas incansable, en
los entrenamientos del club, para que marcara el paso al resto de sus
compañeros.
Pero
con la llegada de los primeros calores, el proceso de descomposición del cuerpo
empezó a acelerarse. El problema se agravó cuando el ilustre cuerpo de
encargados de limpieza del estadio deportivo declaró una huelga indefinida,
aduciendo estar realmente hartos de encontrarse restos de Víctor por el
gimnasio o por el interior del terreno de juego.
A pesar
de que el proceso que dirigía la jueza Doña Rosario del Alba apenas había
alcanzado los 700 folios de grosor, los antecedentes no más, se decidió atacar
por las bravas el problema y enterrarlo en el cementerio norte de la ciudad. La
propuesta del presidente del club, el loado empresario de la construcción Don
Gilberto Lombardi Salvatore era de lo más cabal.
Se
enterraría al finado y se le pondría una lápida pagada por el club, pero se
haría todo en un prefabricado de hormigón de manera que si al final la jueza
decidía que la titularidad del cadáver pertenecía al orfanato o aparecía un
familiar, se pudiera trasladar el nicho entero en un camión a donde se
estableciera su lugar de descanso eterno definitivo, eso sí, si el fallecido se
decidía por fin a descansar, ya que su obsesión por seguir calentando lo
mantenía en eterno movimiento.
Costó
mucho meterlo en la caja, ya que saltaba de ella continuamente, driblando a los
trabajadores del tanatorio. Tuvo que encargarse de ello la delantera al
completo del Boca Junior. Se optó por clavar la tapa y acolchar el interior del
ataúd para evitar que el cuerpo se deshiciera prematuramente por culpa de los
golpes. Tanta fue la expectación que levantó en la capital del Río de la Plata que hubo que exhibir
el féretro durante 3 días en el estadio, durante los cuales miles de curiosos y
aficionados balompédicos rindieron sentido homenaje al futbolista Víctor Souza
Martínez, que perdió su vida pero no así su pasión por el rey de los deportes.
Años
después, con el advenimiento de las nuevas tecnologías de la información, la
crónica de nuestro héroe fue traducida a varios idiomas, entre ellos el inglés,
y se publicó un amplio, extenso e increíblemente exacto relato de los hechos
acaecidos años antes, durante la época de la guerra de las Malvinas en la
lejana Argentina, por el prestigioso diario The Guardian, y la historia llegó a
oídos de un veterano de aquella guerra, el que fue soldado William Johnson
Smith o Willi, como le conocían en la trinchera.
Aquel
militar había sido acusado después del conflicto de negligencia medioambiental
por haber perdido una bala en aquella contienda. El Department for Environment,
Food and Rural Affairs había realizado un completo trabajo de recuperación
paisajística en el amplio campo de batalla, recogiendo todos y cada uno de los
casquillos y balas disparadas, pero el expediente no se pudo cerrar ya que
faltaba un proyectil. Y el montante monetario de décadas de mantener abierto un
sumario en el meticuloso gobierno inglés era enorme.
Y fue
entonces, en el año 2004, 22 años después de que muriera nuestro glorioso
futbolista, cuando aquel soldado pudo justificar donde estaba su bala perdida.
Apuntó la posibilidad de que fuera la que había matado al malogrado delantero.
Por fin se podría dar carpetazo al doloso para las arcas públicas británicas procedimiento
medioambiental malvino.
Se
movilizó el Foreing Office y tras una ofensiva diplomática para la recuperación
de la bala, se toparon con un escollo infranqueable. La jueza Rosario del Alba
había llegado a la mitad de la instrucción, que cuantificaba el folio 175.345.
La investigación sobre la titularidad del cadáver tomaba un giro inesperado,
por lo que la jueza ordenó iniciar la nueva línea de investigación, lo cual
atrasaría la resolución del proceso en al menos otros 20 años.
Sin
embargo, un equipo del MI5 consiguió colar a uno de sus agentes con licencia
para matar en el cementerio donde descansaban provisionalmente los restos del
deportista y mediante una minúscula cámara de Rayos X determinaron con un
mínimo margen de error que la bala que permanecía en el momificado corazón de
Víctor era precisamente la disparada por el soldado Willi.
El
escándalo producido por la filtración de los detalles de la operación LostShot
por parte de los amarillistas tabloides británicos conllevó una crisis mayor
aún que la derivada de la invasión de las islas Malvinas el año 82, pero fue
precisamente el durante años denostado y degradado soldado Willi quien dio carpetazo
al conflicto diplomático visitando en un acto de rendido homenaje la tumba de
su víctima colateral, el extremo centro pivote Víctor Souza Martínez.
Y desde
entonces, todos los años en el derby local entre el River y el Boca se puede
ver corriendo por la banda la silueta del fantasma del entregado jugador, al
que un locutor de Radio Buenos Aires, el histriónico Adolfo Bustamante
Blanco definió en su día con inspirado acierto como el Espíritu del River.
El conflicto transfronterizo provocado por las compresas con alas
Poca gente sabe que
el mayor adelanto para la higiene femenina, las compresas aladas, son un
descubrimiento del ilustre doctor argentino Don Pedro Sánchez Jovellanos. Este
galeno, doctorado por la Universidad
Bonaerense en medicina menstrual, se hizo famoso en la década
de los sesenta por sus exitosos experimentos sobre los paños higiénicos.
Poniéndonos en antecedentes, la
fémina tradicional argentina se había visto esclavizada por el uso de compresas
reutilizables que se veía obligada a lavar durante la semana que duraba su
periodo, a veces en condiciones precarias debido a las grandes sequías que
azotaban de vez en cuando el continente.
La aparición de la compresa
desechable supuso una revolución social como nunca se había visto. La mujer se
había liberado, pero este apósito, proveniente de la importación
estadounidense, sólo era accesible a las clases más elitistas de la sociedad
bonaerense.
Sin embargo, con fuerte ayuda del
Ministerio para el Apoyo de la Industria Nacional , la Empresa de Celulosas del
Río de la Plata
consiguió desarrollar un método de refino de la pasta de papel tal que estableció
la fabricación de compresas para la higiene femenina a bajo coste.
Pero no todo eran buenas noticias,
ya que debido a que la mayor parte de la producción maderera se dedicaba a la
exportación, se procedió a utilizar astilla procedente de los bosques de Bongo
Bongo de la rica provincia de Córdoba para la fabricación de celulosa para los
apósitos menstruales.
Esta madera tenía una peculiaridad. Cuando
entraba en contacto con el flujo femenino, se producía una reacción natural que
se traducía en un crecimiento celular incontrolado. Y gracias a este fenómeno,
que en su día describió el insigne científico de origen japonés Yonikito
Nipongo en su tesis doctoral “Tratado sobre la leñificación menstrual de la
compresa de celulosa del Bongo Bongo”, la mencionada pasta de papel utilizada
para los apósitos aumentaba su densidad convirtiéndose en madera leñosa de alto
poder calorífico.
Era por ello que cuando la mujer
argentina tenía la regla, se la podía fácilmente distinguir ya que debido al
peso de su compresa su centro de gravedad descendía, de manera que era
imposible de tumbar. Así pues, si se las empujaba y caían al suelo,
inmediatamente volvían a ponerse de pie.
Este fenómeno, descrito en el ámbito
popular como el “Síndrome del Tentetieso” resultaba especialmente molesto a la
hora de descansar, ya que las mujeres en la semana menstrual se veían obligadas
a dormir de pie por la imposibilidad de tumbarse debido a la compresa.
La empresa fabricante decidió
cambiar el tipo de celulosa utilizada para su elaboración, pero desde el
gobierno se prohibió el uso de especies alóctonas por un lado, debido a las
políticas de limitación de las importaciones que llevaba a cabo el Ministerio para
la Promoción Nacional
en aquella época acuciado por la deuda externa, como de otras especies
arborícolas autóctonas que se destinaban a la exportación.
Así pues, la mujer rioplateña se vio
en la disyuntiva de o bien usar paños de tela reutilizables, que se encontraban
además gravados por un impuesto especial sobre el uso del agua, o verse
obligadas a dormir de pie por el descenso del centro de gravedad provocado por
la reacción de la compresa con el flujo menstrual.
Fue entonces cuando el Doctor Pedro
Sánchez Jovellanos, harto de dormir destapado al menos una semana al mes por la
posición bípeda de su esposa, decidió trabajar en aligerar aquellas compresas y
reducir el sufrimiento de la mujer.
Después de varios meses de estudios
junto con el Instituto de Aerofísica Estructural del Centro Aeroespacial de
Santa Rosa, se desarrolló una nueva tipología de compresas que disponían de dos
alas, una a cada lado, con el objetivo de aligerarlas con un rítmico batir.
Uno de los mayores problemas a los
que se tuvo que enfrentar fue resolver la resonancia orgásmica que se producía
debido a la vibración tan cerca del órgano genital femenino, algo que se
resolvió induciendo subliminalmente al cerebro de la usuaria pensamientos
carentes de erotismo.
El decidir cuales podrían ser estas
imágenes fue objeto de debate durante gran parte del tiempo que duró el
proyecto de desarrollo, y al final se resolvió por la inclusión en las cajas de
las compresas a comercializar imágenes de hombres en edad madura, con
sobrepeso, vistiendo tradicionales calzoncillos blancos y calcetines de
ejecutivo. Si esa imagen no conseguía contrarrestar la lívido femenina excitada
por la vibración, nada lo lograría.
Por fin estuvieron listos los
primeros prototipos, y se publicó en los diarios argentinos un anuncio pidiendo
voluntarias para las validaciones necesarias antes de comercializar el
producto. Tal fue la expectación creada que a las pruebas de selección se
presentaron cerca de 5.000 mujeres, algo muy difícil de gestionar por el
funcionario destinado al proceso de clasificación.
El conflicto que apareció para
aquella plaza de funcionario, ocupada en aquel entonces por Miguel Armadillo
Vasco de Gama, más conocido por “El Boyo”, debido a su más que razonable
parecido con las boyas utilizadas para la señalización de los bancos de arena a
la salida del Río de la Plata ,
llegó incluso a los tribunales, al juzgado que ocupaba la por aquel entonces
recién llegada jueza Rosario del Alba García Ochandiano, que inició un
macroproceso para dilucidar si el funcionario era o no competente para la
selección de las aspirantes.
Como aquel procedimiento se previó
largo y tortuoso, ya que tan sólo las diligencias previas ocuparon varios tomos
de más de 600 páginas cada uno de ellos, el Ministerio del Ejército decidió
tomar cartas en el asunto y seleccionar cuatro voluntarias procedentes de la Escuela Técnica de la Marina , que fueron las
encargadas de probar, en una remota base militar de la provincia de Mendoza,
los desarrollos del doctor Pedro Sánchez Jovellanos.
Para ello y utilizando técnicas de
psicología avanzada, se trabajó en sincronizar las menstruaciones de las cuatro
infantas de marina. Cuando se consiguió se comenzaron las pruebas de validación
de las compresas, que resultaron un éxito completo.
Una de las mujeres, sin explicación
plausible, sufría de orgasmos múltiples al accionar las alas, a pesar de mirar
fijamente las fotos de advertencia seleccionadas. Todas ellas consiguieron
aliviar su compresa de tal manera que se elevaron por los aires varios cientos
de metros.
Empujadas por los vientos reinantes,
y perdido el control remoto de las compresas desde la base aeroespacial, las
cuatro mujeres se alejaron hacia los Andes, cruzando la cordillera y entrando
en territorio chileno, enemigo ancestral de Argentina.
Las cuatro infantas volaron hacia
Santiago, invadiendo su espacio aéreo. Al no ser detectadas por los radares,
cuando aparecieron sobre el cielo de la capital chilena, se desataron todas las
alarmas, algo que se acentuó al poder comprobar bajo la visión de potentes
prismáticos de que se trataba de cuatro soldados con su uniforme de campaña.
Una de ellas además gritaba como una
posesa, debido a la multiorgasmia a la que estaba siendo sometida. Los
militares chilenos hicieron despegar varios jets recientemente adquiridos en
Estados Unidos para defenderse del ataque, pero la diferencia de velocidad
entre los aviones y las infantas era tan patente que se mostraron absolutamente
ineficaces para repeler el ataque.
Cuando Chile planteaba repeler la
agresión por tierra, mar y aire, llegó un telegrama de disculpa desde Buenos
Aires, en el que no sólo se mostraban sus excusas por el incidente fortuito
creado, sino que además se reclamaba la repatriación de las cuatro hembras objeto
de prueba, a lo que el gobierno chileno, acuciado por el mal tiempo reinante en
el Cabo de Hornos, lo que impedía a su marina entrar en el Atlántico, accedió
de buena gana.
Desde entonces el sistema de alitas
se ha mejorado y en la actualidad se muestra tan equilibrado que apenas se
producen casos de sobrevuelos en los Andes, pero conviene acordarse de aquel
momento en el que el afamado doctor Don Pedro Sánchez Jovellanos desarrolló las
primeras compresas.
El descubrimiento de Europia
El mayor problema
que presentaban las relaciones entre Argentina y su vecina Chile era el
derivado a las comunicaciones entre ambos países, algo muy complejo debido a la
cordillera de los Andes, frecuentemente azotada por fuertes ventiscas que
cubrían de nieve los puertos imposibilitando el acceso al tráfico rodado.
El tráfico marítimo tampoco mejoraba
ya que el cruzar el Cabo de Hornos, en medio de fuertes tempestades, lo hacía
inviable al comercio regular. Por tanto, debido a las inclemencias del tiempo,
se producían frecuentes malentendidos que tensaban la diplomacia entre ambos
vecinos.
Fue entonces cuando un intrépido
marino uruguayo, consciente del problema existente, se acercó a la corte
bonaerense, que en aquel tiempo reinaba Isabel I de Perón, a proponer su idea.
Aquel hombre respondía al nombre de Cristian José Colombo, y tenía como mote
CeJota, más motivado por la existencia de un cerrado entrecejo sobre sus ojos
que por la contracción de sus iniciales.
Con un huevo de codorniz en la mano,
se explayó ante Isabelita sobre la curvatura esférica de la Tierra , llegando a afirmar
que si bien la travesía a través del sur del continente para unir los dos
países se antojaba peligrosa, en cambio, viajando hacia el este sería posible
viajar con seguridad entre Buenos Aires y cualquier puerto chileno.
La reina quedó embelesada por la
clarividente exposición de manera que derivó fondos destinados al túnel que
atravesando bajo los glaciares intentaría taladrar Los Andes hacia tamaña
empresa, ya que las explicaciones del uruguayo la convencieron por completo.
El viaje se preparó con tres
catamaranes gobernados por el propio almirante Colombo y flanqueado por dos
intrépidos capitanes, hermanos para más señas, de apellido Punzón, marineros de
toda la vida, acostumbrados a bregar con las traicioneras corrientes del Mar de
la Plata en sus
tradicionales artes de pesca, por lo que no tuvieron miedo en acometer tan
arriesgada aventura.
El viaje fue minuciosamente
preparado. Se contó con la ayuda del famoso doctor Teodoro Sánchez Millán, que
en aquella época justo finalizada su carrera se había integrado en la plantilla
del Instituto para la Salud Mental
y del Viajero dependiente del Ministerio de Sanidad.
Aquel doctor, junto con el
reconocido cocinero de origen vasco, Juan Antonio Echevarría Galzibar, el “Anemias”,
prepararon la dieta que deberían llevar en la travesía, basada en la manzana,
que como todo el mundo sabe, es la mejor manera de prevenir el escorbuto, el
terrible mal del viajero oceánico.
Tartas de manzana, manzanas asadas,
manzanas confitadas, cientos de sabrosas recetas basadas en la recomendada
fruta, aderezadas con un buen número de botellas de sidra, fueron embarcadas en
las bodegas de las tres naves elegidas para la gloria.
El siguiente problema a sortear era
el cómo poder escanciar la sidra en la superficie inestable de aquellas naves
azotadas por el océano, algo que se solventó sometiendo a una doble
fermentación al zumo de manzana, para proporcionarle la burbuja necesaria que
evitara el volteado sobre el fino cristal del ancho vaso.
Aunque inicialmente se había
determinado la fecha 1 de agosto como la elegida para su salida camino de la
gloria, la presidenta peronista había considerado necesario despedirlas como se
merecían, con unas palabras en un discurso de homenaje a aquellos valientes, alocución
que contando el tiempo destinado a los descansos recomendados por el doctor
Teodoro Sánchez Millán para la tripulación, duró dos días.
Y el día 3 de agosto, en pleno
invierno austral zarparon las tres pateras rumbo al amanecer con el objetivo de
trazar en poco tiempo una ruta factible con Chile. Era una tarde apacible
cuando su silueta se perdió en el horizonte, entre los vítores del pueblo hacia
los integrantes de aquella gesta y hacia Isabelita y su corte bonaerense.
Cuando dejaron atrás la tierra de la
bendita Argentina, adentrándose en el oscuro océano, los temores de los
supersticiosos marineros se hicieron realidad. Así pues, a los pocos días,
cantos de sirena les intentaron atraer hacia el fondo de aquellas terribles
aguas, pero la oportuna reacción del almirante Colombo, transmitiendo a través
de la radio interna de las tres naves la canción “No llores por mi Argentina”,
interpretada por la mismísima Evita, hizo huir a las malas pécoras marinas a su
reino, permitiendo la paz en la travesía.
Más adelante se avistó un calamar
gigante que les atacó sin compasión, atrapando una de las naves con sus largos
tentáculos. La llamada de socorro a tierra fue contestada por el “Anemias”, que
les facilitó una receta de pulpo a la manzana que diversificó la dieta de los
marineros.
Por fin, tras poco más de dos meses
de travesía, en el horizonte se dibujó la silueta de una montaña, una isla
volcánica, a la que arribaron el 12 de octubre. Buscaron una playa en la que desembarcar
y allí dirigieron los catamaranes, procediendo el almirante y varios de sus
oficiales a tomar tierra.
Una vez en la arena, comprobaron la
existencia de bares y garitos turísticos, por lo que supusieron que habían
llegado a Valparaíso. Pero había algo que no encajaba. Por una parte, los
nativos se mostraban desinhibidos, ellas mostrando sus senos al aire, ellos
turisteando con tan sólo una braga náutica.
Dos detalles más levantaron las
sospechas del almirante y sus hombres. Aquellos turistas mostraban un tono
rojizo tirando para morado por las quemaduras solares, y ninguno hablaba en
español, sino que se comunicaban entre ellos en una jerga extraña.
El almirante CeJota llegó a la
conclusión de que no habían llegado a Chile, sino que se habían topado por el
camino con un nuevo continente, unas tierras pobladas por extraños nativos que
conquistarían en nombre de Isabelita para la corona argentina.
Y su segundo de a bordo, Eurípides
García decidió darle su nombre a las recién descubiertas tierras, nominándolas
como Europia, el nuevo continente.
Se decidieron a capturar a varios de
aquellos nativos para llevarlos a Buenos Aires. Eligieron a tres hombres y dos
mujeres que en su idioma se pasaron el viaje de vuelta protestando y
quejándose. Les protegieron del frío cubriéndolos con ropajes ya que en el
momento de su captura tan sólo vestían sus pequeños harapos.
Cuando llegaron a la corte isabelina
despertaron gran expectación entre el pueblo y fueron recibidos por todo el
séquito peronista. Fueron momentos de gran jolgorio y celebración, ya que
Argentina se extendía más allá de sus fronteras, al otro lado del océano.
Aquello era la simiente de un gran imperio, de uno en el cual no se pondría
jamás el sol.
Pero la presencia del embajador
español desbarató todos los sueños de grandeza del país, al reclamar a aquellos
nativos para sí, aduciendo que se trataba de turistas alemanes de vacaciones en
la Playa de las
Américas, en la isla de Tenerife, la mayor de las Canarias, islas ya
colonizadas años antes por España.
Aún así, una vez solventado el
conflicto diplomático, se reconoció la hazaña del almirante Cristian José
Colombo y sus valientes marineros, que cruzaron el océano en busca de una nueva
ruta a Chile.
Y hasta aquí podemos leer... ¿Quieres más? Sigue aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario